miércoles, 14 de agosto de 2013

TRES METROS SOBRE EL CIELO

¿Tres metros sobre el cielo? A quién pudo habérsele ocurrido un título tan peculiar. A lo mejor en estos momentos no tienes idea a qué hago referencia, y quizás tu atención se centre en pensar: ¿qué hay a tres metros sobre el cielo? O por el contrario sabes a qué me refiero. Es por ello que traigo la sinopsis de esta película basada en la novela del escritor italiano Federico Moccia para orientar un poco al título del presente post:

Un drama romántico adolescente que narra la historia de dos jóvenes que pertenecen a mundos opuestos. Es la crónica de una relación improbable, casi imposible, pero inevitable, que terminará arrastrando a la pareja a un frenético viaje iniciático en donde juntos descubrirán el primer gran amor.

A continuación no pretendo hablar mucho menos explicar lo que sucede en esta película, la cual se convirtió en una de mis películas favoritas e indiscutiblemente la de muchos de ustedes. Sé que los que hayan tenido la oportunidad de conocer esta historia (Tanto la Tres Metros Sobre el cielo, como su secuela Tengo Ganas de Ti) deseen que este sea un post para confirmar que hay una tercera parte, habrán otros que sueñan con tener algún día una historia de amor tan vibrante como la de Hache con Babi. A todos ellos y a ti que nunca te has visto esta mediática película, te cuento que el objetivo de este articulo es adaptar y dar un trasfondo a muchas de las citas presentes en esta historia las cuales son de gran enseñanza puesto a que se asemejan con circunstancias a las que nos enfrentamos en algún momento de nuestras vidas.

Un día pasa que estás de pie en algún lado y te das cuenta de que no quieres ser ninguno de los que están a tu alrededor. No quieres ser el que pasa en frente de ti. Ni tampoco ser tu padre, ni tu hermano/a, ni nadie de tu puta familia. Ni quieres ser el/la vecino/a. Ni siquiera quieres ser tú. Sólo quieres salir corriendo. Salir con toda del sitio en el que estás. A todos nos pasa esto en algún momento, quizás a las damas cada 28 días y a los caballeros quién sabe a cada cuanto. Independiente del sexo todos tenemos capítulos en que la vida nos vale madre, es precisamente en esas circunstancias en las que podemos tomar decisiones transcendentales que pueden cambiar el rumbo de todo. A veces estos episodios nos enfrentan a nosotros mismos y nos exponen a circunstancia “difíciles” que llaman a darnos cuenta de qué estamos hechos, permitiéndonos crecer como seres humanos.
Y de repente pasa, algo se acciona, y en ese momento sabes que las cosas van a cambiar y han cambiado. Y a partir de ahí nada volverá a ser lo mismo... nunca. Es por ello que actuar siempre con los pies en la tierra es fundamental para nunca perder los estribos. Sin embargo, el actuar con o sin ellos nunca será garantía para que las cosas sucedan tal y como tú quieres que sucedan. Es el destino el que se encarga de darte sorpresas, tal cual lo dice Ruben Blades en su canción “Pedro Navajas”: La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.

Siempre se ha escuchado que hay que respirar más lento, ver con más detalles, vivir segundo a segundo; pero lamentablemente siempre hacemos todo lo contrario. Ojalá fuese posible saber en dónde está ese click que acciona y hace que todo cambie. O quizás sea mejor no saberlo porque entonces todo perdería su gracia. Y si fuese así, tu día a día sería como ir a ver 100 películas por primera vez conociéndole a todas el comienzo y el fin.
A veces queremos jugar a ser Dios al creer que las cosas sucederán tal cual queremos, las veces que se nos antoje. Un ejemplo de ello es el síndrome de las vacaciones o la despedida del colegio que explicaré a continuación: Te vas de salida con tus amigos y te lo pasas de lo mejor, el mejor viaje de tu vida, vuelves a tu casa y te tiras todo el año pensando en las próximas vacaciones... Y entonces llegan, y todo ha cambiado, tus amigos, las viejas, los colores están raros, eres un extraño ya... y ya no es lo mismo. Por último te percatas que los mejores años fueron esos, los mejores, y nunca se volverán a repetir. Da un sinsabor darse cuenta de ello, peor darse cuenta que no los aprovechaste. Al final sólo te queda guardar en tu mente y en tu corazón todos esos momentos deseando tener una máquina del tiempo para irte a vivirlos otra vez. 
Es ley de la naturaleza humana el querer adelantarnos al futuro, ejemplo de ello es cuando se está pequeño y se desea con ansias ser grande, y así en muchas otras cosas; lo que nos impide vivir tranquilos el presente que rápidamente se convierte en pasado. Es justo esa constancia de querer adelantarnos a las cosas o el no vivirlas con detalle lo que hace que cuando ya suceden nos empeñemos en volverlas a repetir.
Un ejemplo es el amor, muchas veces sucede que tuviste una relación muy intensa con alguien la cual por ‘x’ motivo se terminó. Crees haber olvidado todo lo que vivieron juntos,  pero tienes ese leve presentimiento de que cuando se vuelvan a ver las cosas serán como antes. Y pasa que las circunstancias se dan para que vuelvan a estar juntos, se arriesgan a intentarlo nuevamente y revivir todas esas mariposas en el estómago que estaban muertas. Y de repente te das cuenta que todo ha terminado. Ya no hay vuelta atrás, lo sientes, y es ahí justo en ese momento cuando te das cuenta de que las cosas solo ocurren una vez, y por mucho que te esfuerces, ya nunca volverás a sentir lo mismo, ya nunca tendrás la misma emoción. Y todo porque la vida es como un reloj, siempre marcha hacia adelante y nunca para atrás.
La alegría, la comodidad, la felicidad, el placer, la euforia, etc… Pueden hacerte sentir que estás a Tres Metros Sobre el Cielo. Justo cuando estás allí es cuando es necesario bajarle la velocidad al tiempo, detenerse, respirar más profundo, sonreír más despacio, ver segundo a segundo, porque probablemente nunca vuelvas a tener la misma sensación otra vez.









No hay comentarios:

Publicar un comentario